NOVIERCAS y TORRUBIA (SORIA):
LOS PUEBLOS DE CASTA ESTEBAN,
LA MUJER DE BÉCQUER.
Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán.
Pero aquellas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha a contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres…
¡esas… no volverán!
Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde aún más hermosas
sus flores se abrirán.
Pero aquellas, cuajadas de rocío
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer como lágrimas del día…
¡esas… no volverán!
Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar;
tu corazón de su profundo sueño
tal vez despertará.
Pero mudo y absorto y de rodillas
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido…; desengáñate,
¡así… no te querrán!
Pocos saben que la mujer de Bécquer también escribía. Hija de un médico respetable, se cree que conoció a Gustavo Adolfo Bécquer cuando, por alguna de sus dolencias, acudió a la consulta de su padre. Contrajeron matrimonio tras un año de noviazgo, en Madrid, en 1861. Pero el matrimonio no fue un lecho de rosas. Casta le recriminaba a Gustavo que estaba siempre con su hermano Valeriano, en sus correrías artísticas, abandonándola a ella al cuidado de la casa y de los hijos.
Durante una de las estancias del matrimonio en Noviercas, Casta se vio envuelta en un escándalo que la relacionó con un vecino casado, El Rubio, antiguo amor de Casta. Gustavo Adolfo, instigado por su hermano Valeriano, abandonó a su esposa llevándose consigo a sus dos hijos, Gregorio Gustavo y Jorge. A finales de ese mismo año, 1868, nació también Noviercas el tercer hijo del matrimonio, Emilio Eusebio. Aunque la paternidad de Bécquer fue puesta en duda, tras la muerte de Valeriano en 1870, Casta y Gustavo Adolfo volvieron a vivir juntos hasta la muerte de éste pocos meses después.
A partir de aquí, la vida de Casta Esteban fue bastante dura, el éxito de la obra de Bécquer apenas les supuso ningún desahogo económico, se volvió a casar (pero un año después de su matrimonio, asesinaron a su marido).
Dedicado a la Excma. Sra. Marquesa del Salar, en el prólogo “Dos palabras a mi sexo” deja claro que se dirige a un público femenino. Así dirá:
“El hombre nos brinda su veneno en copa de oro y una vez bebido, sus resultados son inevitables; después de satisfecho su apetito, nos arroja de su lado llamándonos ¡sexo débil y cabezas sin sentido!” (…) “El hombre empieza por besar nuestras plantas, para más tarde convertirse en nuestro señor, no en nuestro amigo”. O “No sé quién ha dicho que el matrimonio es la tumba del amor, ¡quién sabe! Tal vez no se engañe quien así lo dijo”.
Su obra no tuvo ninguna repercusión, la crítica del momento fue dura y pasó a formar parte del olvido.
Murió en Madrid, 1885, víctima de una encefalitis. En Torrubia, la casa natal de Casta Esteban fue donada al ayuntamiento por sus propietarios y ha sido convertida en un museo donde se puede contemplar cómo era una residencia del siglo XIX.
¿EXISTE EL AMOR?
No; corazones hay muchos, los más, secos como las hojas desprendidas de
los árboles en otoño; rancios como sus costumbres débiles como las fuerzas
del niño y desconfiados como viejos marrulleros; pocos, muy pocos son los que
sienten hoy el calor de las pasiones, habiendo decaído tanto el abuso de este
papel, que apenas alcanza un bajo precio en los mercados de la fría razón y en
los salones de nuestro cerebro helado ¡Todo es mentira!
La mujer pretende engañar al hombre y el hombre cree engañar a la mujer, y
los dos a la vez son engañados.
El mundo es una jaula de locos en la cual todos hacen cuanto pueden por
satisfacer sus apetitos y caprichos, cubriendo las apariencias y pretendiendo a
todo trance pasar a la vista de los demás por un modelo terminado y perfecto,
cuando en su fondo sólo hay barro, miseria y egoísmo. Sólo en cabezas
destempladas y enfermas de la luz de la razón puede caber el mitológico amor
con los divinos colores que los poetas nos lo pintan7; ellos al fin son locos
también, porque pasan su vida soñando con dulces ilusiones que su mente crea
en momentos de ciego delirio; pero que la realidad con su pesada maza del
desengaño los aparta de su lado con el peso de su fría razón, y al fin, cansados
de luchar en vano contra un fantasma que persiguen siempre sin hallar jamás,
su alma se fatiga, sus fuerzas se cansan y su paciencia se agota, muriendo el
cuerpo para el mundo y volando el espíritu a su destino.
Después, nada; sus versos y sus obras son el rastro que dejan de su vida cual
planeta8 luminoso que el espacio cruza, dejando su ráfaga de fuego por breves
momentos; sus libros, como contagio del mal, llegan a nuestras manos y se
cumple aquel adagio de "un loco hace a ciento".
Es verdad; yo leí mucho y lo leí con fe; no sé cómo obré; pero un amigo mío, a propósito de esta cuestión, me decía:
"Aunque digan i qué locura!
algunos hombres perversos,
quiero bajar entre versos
a la misma sepultura."
La poesía y el amor son las dos hermanas gemelas que el hombre unió a su
manera para servirse de ellas como un talismán precioso, para obrar según a él
le convenga en el corazón de la mujer.
El amor, despojado de la parte de adorno que el poeta viste con encantos y
bellezas, no es nada; materia, polvo, nada al fin.
El suicidio suele ser el término del viaje del amor; jcuántos han muerto
locos por esta pasión!
Es verdad que sólo estando locos pueden obrar así; pero lo cierto es que el
suicidio sólo reconoce tres poderosas causas, el amor y sus celos, la miseria y el
honor de cubrir ciertas faltas que el deber nos manda sellar con nuestra vida.
¡Todos locos! El hombre cuerdo huye del amor como de la peste.
El amor es un líquido emponzoñado que la fatalidad nos brinda en copa de
oro, y una vez bebido, sus resultados son inevitables.
Por fortuna, los atacados son muy pocos, por más que los poetas griten
cuanto quieran; hoy, en el siglo de las luces, el mejor billete de amor es un
billete de Banco. Dinero, salud, paz y sosiego son los elementos de la vida real
y positiva; reunidlos y seréis felices; conoced el amor y seréis cual la hoja seca
que rodando por el suelo es el juguete del huracán que la hace seguir su destino
y cuyo paradero ignora, caminando siempre a oscuras y saltando de precipicio
en precipicio, hasta que su tumba halla en la corriente de un caudaloso río, y
allí mueren sus esperanzas, se ablanda su cuerpo y sus restos son esparcidos por
sus cristalinas aguas y el oleaje los arrastra para siempre.
Era su destino, le recordamos hoy para olvidarle mañana.
Este es el mundo; el más cuerdo podemos pasar por el menos loco.
https://bibliotecadigital.jcyl.es/es/consulta/registro.cmd?id=3674
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