MONASTERIO DE SAN PEDRO DE CARDEÑA o EL MONASTERIO DONDE HALLARÁS TUMBAS PERO NINGÚN RESTO

MONASTERIO DE SAN PEDRO DE CARDEÑA

o EL MONASTERIO DONDE HALLARÁS

TUMBAS PERO NINGÚN RESTO.



LA DESPEDIDA DE LA ESPOSA Y LAS HIJAS


Ved aquí a doña Jimena: con sus hijas va llegando.

A las niñas sendas damas las traían en los brazos.

Ante el Cid doña Jimena con dolor se ha arrodillado.

Con lágrimas en sus ojos quiso besarle las manos.

—Os pido merced, Mio Cid, que nacisteis bienhadado.

Por malos calumniadores de la tierra sois echado.

Os pido merced, Mio Cid, que tenéis barba cumplida.

Dejáis aquí a vuestra esposa, y con ella a vuestras hijas.

Son muy pequeñas aún, de edad apenas chiquillas.

Con ellas están mis damas, de las que soy yo servida.

Comprendo aquí que es forzosa y fatal vuestra partida,

y que nosotras de vos nos separamos en vida.

¡Dadnos consejo, Mio Cid, por el amor de María!

Extendió entonces las manos el de la barba magnífica,

y a sus dos hijas tan niñas en los brazos las cogía;

las acercó al corazón porque mucho las quería.

Con lágrimas en los ojos muy fuertemente suspira.

—Escuchad, doña Jimena, mujer honesta y cumplida;

igual que quiero a mi alma, otro tanto a vos quería.

Ya veis que es algo forzoso: nos separamos en vida.

Yo debo marcharme ya, vos quedaréis acogida.

¡Quiera Dios Nuestro Señor, quiéralo Santa María,

que pueda yo con mis manos casar a estas mis dos hijas,

que me dé buena fortuna y me conserve la vida,

y que vos, mujer honrada, de mí podáis ser servida!





        Fue en este monasterio benedictino situado a 10 km de Burgos, en un enclave bellísimo, donde Rodrigo Diaz de Vivar, más conocido como el Cid Campeador, dejó a recaudo del abad don Sancho a su mujer (Jimena) e hijas ( doña Elvira y doña Sol en el Cantar), tras ser desterrado de Burgos injustamente por Alfonso VI.

El pasaje del Cantar del Mío Cid en el que este se despide de ellas, como habéis podido ver, es tremendamente bello y nos evoca a un héroe humano y sensible que contrasta con su crueldad en la batalla.




El monasterio de San pedro Cardeña fue fundado en el 899. Del monasterio románico, saqueado en el 953 por el ejército de Abderramán III, aún queda la vieja torre del siglo XI, llamada de doña Jimena, porque la tradición dice que allí fue donde se hospedó con sus hijas mientras esperaba a su marido, y su claustro románico, del siglo XII.


La historia del monasterio es bastante ajetreada, y esa paz que cualquier turista puede disfrutar ahora data de 1942, cuando finalmente se restauró la vida monástica. Fue asediado por ejércitos andalusíes durante la Edad Media y, en el siglo XIX, por las tropas francesas. Fue abandonado en el año 1836 tras la desamortización y, posteriormente ocupado temporalmente por distintas órdenes religiosas. Por fin, tiene su penúltimo triste uso durante la Guerra Civil, cuando se convirtió en un campo de concentración de prisioneros republicanos. 



Aunque los restos del Cid ahora están en la catedral de Burgos, se sabe que en  1102 doña Jimena abandonó Valencia ante la eminente conquista almorávide, y llevó a Cardeña el cuerpo de su esposo. Según algunas crónicas el cadáver del Cid, embalsamado con técnicas orientales, quedó insepulto. La historia nos cuenta que más de 150 años después, en 1272, Alfonso X el Sabio ordenó construir un sepulcro para el guerrero y su esposa Jimena. Los restos permanecerían aquí hasta la Guerra de la Independencia, cuando los soldados franceses saquearon las tumbas en busca de riquezas y desperdigaron sus restos por media Europa.


Esto historia que acabo de relatar originó, que desde finales del siglo XIII,  se creara todo un culto alrededor de las reliquias que se atribuían al Cid, que venía muy bien al monasterio porque atraían a un montón de visitantes. Los monjes contaban con un montón de objetos: un tablero de ajedrez, el taburete de marfil donde quedó su cadáver sentado y desde el cual consiguió convertir a un judío y,  como no, los olmos bajo los que está la tumba de Babieca, el caballo del Cid. Según cuenta la leyenda Gil Díaz, un siervo de el Cid, entierra al caballo frente a la puerta del monasterio y planta dos olmos para señalar el lugar. No sabemos si es cierto, aunque el mismísimo duque de Alba, en 1948, financió una excavación en este lugar, en la que desafortunadamente no encontró nada.  Ahora, para recordar esta leyenda hay un pequeño monumento.


Y para terminar, aquí os dejo otros versos del Cantar de Mío Cid, en el que  podéis comparar la versatilidad de este héroe, tan tierno con su familia, tan duro en la batalla:

E L C I D E N L A BATA L L A

—Salgamos todos afuera, nadie dentro ha de quedar,

sino dos peones solos para la puerta guardar.

Si morimos en el campo, en el castillo entrarán;

si vencemos la batalla, la riqueza aumentará. […]

Abrieron pronto las puertas, y salen para atacar.

Los guardianes de los moros para el campamento van.

¡Qué deprisa van los moros para las armas tomar!

El ruido de los tambores la tierra quiere quebrar.

¡Ved a los moros armarse, y aprisa en filas formar!

De la parte de los moros dos grandes banderas hay;

y los pendones comunes, ¿quién los podría contar?

En formación ya los moros se aprestan para avanzar;

a Mio Cid y los suyos quieren pronto capturar. […]

Sujetan bien escudos delante del corazón;

hacen descender las lanzas, cada cual con su pendón;

las caras van inclinadas, por encima del arzón;

y al combate se preparan con muy fuerte corazón.

A grandes voces los llama el que en buena hora nació:

—¡Malheridlos, caballeros, por amor del Creador!

¡Yo soy Ruy Díaz, el Cid, el nombrado Campeador! […]

¡Yo soy Ruy Díaz, el Cid, el nombrado Campeador! […]

¡Yo soy Ruy Díaz, el Cid, el nombrado Campeador!

Ved tantas lanzas allí bajar y después alzar;

tanta adarga en aquel punto sacudir y atravesar;

tanta loriga a los golpes desgarrar y desmallar,

y tantos pendones blancos de sangre rojos quedar,

y tantos buenos caballos sin sus dueños galopar.

Los moros gritan: ¡Mahoma!, ¡Santiago! la cristiandad.

Han caído derribados mil trescientos moros ya.


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