El Cid abandona Burgos
EL CID ABANDONA BURGOS

Romance del Cid y del juramento que tomó al
rey don Alfonso
Con este romance iniciamos nuestra andadura literaria por Burgos y por las tierras de Castilla. Hablar de Burgos es hablar de este héroe, no es sólo la provincia en la que nació, también es la ciudad en la que transcurrieron algunos de los acontecimientos más importantes que marcaron su vida literaria, allá por el siglo XI: la jura de santa Gadea, el episodio de los judíos Rachel y Vidas, su destierro, etc.
Así, desde el Ayuntamiento de Burgos nos proponen un interesante paseo en el que se pueden visitar desde su espada Colada, hasta el lugar donde se estaba su casa e incluso, la marca que en el arco de San Martín dejó el Cid con su otra espada, la Tizona. https://turismo.aytoburgos.es/documents/47717/469632/El-Burgos-de-Mio-Cid.pdf/b3750d3c-5fc5-abd4-73f7-f9c6afe29528?t=1652356494816
La fama de este héroe se debe a que El Cantar de mío Cid es el único poema épico que se ha conservado casi completo de la literatura castellana (le faltan la primera hoja y otras dos del interior). En él se narran los últimos años de la vida, en los que deshonrado social (un destierro injusto) y familiarmente (sus hijas son apaleadas y violadas por los mismísimos infantes de Carrión), le obligarán a realizar una serie de hazañas para recuperar su honor perdido.
No es el único Cantar de gesta dedicado a el Cid, existen otros dos cantares posteriores: las Mocedades de Rodrigo , el Cantar de Roncesvalles además de todo un ciclo de romances (como el que acabamos de leer) que nos permiten hacernos una idea y conocer más de cerca a este personaje histórico al que la literatura le dado fama universal.
Pero, ¿por qué le destierran? ¿Cuáles son los motivos que dan pie a toda esta leyenda que llega hasta nuestros días? Literariamente hablando, y si atendemos al romance que acabamos de leer, es la furia y la insolencia del Cid ante su rey lo que provoca su destierro, pero ¿por qué se comporta así ante Alfonso VI?
Rodrigo Díaz de Vivar comenzó su carrera militar al servicio del rey castellano Sancho II. Cuando su padre, el rey Fernando I murió (1065) el reino se dividió entre sus cinco hijos. A Sancho, le dio el reino de Castilla. A Alfonso, el de León. A García, el tercero, Galicia. Y sus hijas recibieron el señorío de Toro (Elvira) y, Urraca el de Zamora. Pero pronto comenzaron las traiciones entre hermanos: Sancho y Alfonso se unieron para arrebatarle Galicia a García. Después, comenzó la lucha entre los dos, una terrible lucha fratricida en la que Alfonso, que iba perdiendo la guerra, se refugió en la Taifa de Toledo, mientras Sancho, cercaba también Zamora, territorio de su hermana Urraca, partidaria de Alfonso. Cuentan los romances que fue aquí, cuando el zamorano Vellido Dolfos, mató por orden de Urraca y quizás de Alfonso a Sancho, convirtiéndose así en rey de Castilla y León. El Cid, furiosísimo, ahora entendemos por qué, le hace jurar que él no participó en ese asesinato. La insolencia de la jura es lo que provoca su destierro.
Pero esto no es lo que parece que dice el Cantar, al que se le ha perdido la primera página donde vendrían explicadas los motivos. Afortunadamente, hay un documento, la Crónica de Veinte reyes, donde se resumió de forma prosificada. Aquí se explica que a la vuelta del cobro de las parias (impuestos) pagadas por el rey moro de Sevilla, el Cid fue acusado ante Alfonso VI por sus enemigos políticos de haber robado parte de los tributos. Además también le acusaron de haber hecho una incursión por el reino moro de Toledo, rompiendo las treguas que tenía acordadas Alfonso VI con ellos. Como no se debían de llevar muy bien, el rey creyó a los enemigos del Cid y le desterraron. Esto se puede inferir del episodio del engaño a los judíos Raquel y Vidas, que os dejo aquí a continuación.
E L E N G A Ñ O A L O S J U D Í O S
Sólo Martín Antolínez, aquel burgalés cumplido,
a Mio Cid y a los suyos les ofrece pan y vino.
No los compra en la ciudad, que los llevaba consigo;
de todas las provisiones bien los hubo abastecido.
Se alegró el Cid y también los que van a su servicio.
Habló Martín Antolínez, ahora oiréis lo que allí dijo:
—¡Oídme, Cid Campeador, en buena hora nacido!
Durmamos aquí y mañana emprendamos el camino,
pues acusado seré de en esto haberos servido. […]
Habló después Mio Cid, que en buena hora ciñó espada:
—¡Martín Antolínez, sois brava y valerosa lanza!
Si salgo de ésta con vida, os doblaré la soldada.
El oro ya lo he gastado, y también toda la plata,
bien veis aquí lo que tengo: conmigo no traigo nada,
¡y a fe que lo necesito para los que me acompañan!
Lo habré de hacer a las malas, porque nadie me da nada.
Cuento con vos para esto: prepararemos dos arcas,
las llenaremos de arena, para que sean pesadas,
cubiertas con fino cuero y con clavos adornadas.
Los cueros serán bermejos, y los clavos bien dorados.
Buscad a Raquel y Vidas, id con paso apresurado.
Nada en Burgos me han vendido, pues el Rey me ha desterrado.
No puedo cargar los bienes, pues son muchos y pesados.
Me gustaría empeñarlos y tener con ellos trato.
Llevad las arcas de noche, que no las vean cristianos.(…)
Encontró a Raquel y Vidas, pues juntos estaban ambos,
recontando las monedas que los dos habían ganado.
Llegó Martín Antolínez, hombre sagaz y avisado:
—¿Dónde estáis, Raquel y Vidas, amigos tan estimados?
En un lugar reservado hablar quisiera con ambos.
Y sin perder un instante, los tres juntos se apartaron:
—Escuchad, Raquel y Vidas, entregadme vuestras manos.
No habléis con nadie de esto, ni con moros ni cristianos.
Para siempre os haré ricos, de nada estaréis ya faltos.
Al Campeador los tributos a recaudar le enviaron;
grandes riquezas cobró, grandes bienes extremados,
pero para sí guardó lo de valor señalado.
Éste es, sabed, el motivo por el que fue acusado.
Tiene consigo dos arcas llenas de oro inmaculado:
aquí tenéis la razón por la que Rey se ha enojado.
El Cid sus bienes dejó, las casas y los palacios,
si se llevara las arcas revelaría su engaño.
Las quisiera confiar y dejar en vuestras manos,
y le prestaréis por ellas lo que fuese aquí pactado.
Tomad si queréis las arcas y ponedlas bien a salvo;
pero dadme juramento, dadme la palabra ambos
de que no las miraréis en lo que resta del año. (…)
—Pero decidnos, ¿y el Cid, por cuánto cerrará el trato?
¿Qué ganancia nos dará por todo lo de este año?
Dijo Martín Antolínez, hombre sagaz y avisado:
—Mio Cid sólo querrá lo que sea razonado.
Os ha de pedir muy poco por dejar su hacienda a salvo.
Se unen a él mesnadas y hombres necesitados.
Necesitaría, en suma, al menos seiscientos marcos.
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