Vivar del Cid y el códice robado.

 Vivar del Cid y el códice robado.



CANTAR DE MIO CID. ANTOLOGÍA

C A N TA R P R I M E RO ( D E L D E S T I E R RO )


L A S A L I DA D E V I VA R


Con lágrimas en sus ojos, tan fuertemente llorando,

la cabeza atrás giraba y se quedaba mirándolos.

Vio allí las puertas abiertas, sin cerrojos ni candados,

las alcándaras vacías; no había pieles ni mantos,

ni los pájaros halcones, ni los azores preciados.

Y suspiró Mio Cid, que eran grandes sus cuidados.

Y habló después Mio Cid, tan bien y tan mesurado:

—¡Te doy las gracias, Señor, Padre que estás en lo alto!

La causa de todo esto son mis enemigos malos.

Y espolean los caballos y les aflojan las riendas.

Cuando salen de Vivar la corneja vuela a diestra,

pero a la entrada de Burgos se dirige hacia la izquierda.

Mio Cid se encoge de hombros y sacude la cabeza:

—¡No entristezcas, Alvar Fáñez, que si ahora nos destierran,

más honrados a Castilla regresaremos de vuelta!


    Aunque no está documentado, la tradición dice que el Cid, Rodrigo Díaz de Vivar, nació en esta pequeña localidad burgalesa, situada a 7 km de la capital. Curiosamente, el único documento en el que aparece este dato es en el propio Cantar de gesta, aunque ha sido luego corroborado en romances posteriores.

    En cualquier caso, sabemos que el Campeador estuvo estrechamente vinculado a esta localidad porque con motivo de su boda, en la carta de arras que da a su esposa Jimena, aparece que el Rodrigo Díaz histórico tenía posesiones en Vivar

.

    Pero Vivar del Cid no solo es el lugar donde nació nuestro héroe, también es el lugar donde se guardó durante siglos el único manuscrito del Cantar de mío Cid, que ahora se encuentra en Madrid, en la Biblioteca Nacional.

    La historia del manuscrito es curiosa y controvertida porque añade todavía más incógnitas al origen, datación y autoría del Cantar. Se trata de un manuscrito (Códice de Vivar), escrito en pergamino, (un poco tosco, dicen los entendidos) de 74 páginas (antes 78) y aproximadamente 3700 versos.

    Este manuscrito lleva la firma de un copista que fija su realización en el año 1245 de la era hispánica, correspondiente al 1207 de la cristiana:

Quien escrivió este libro dél’ Dios paraíso, ¡amén!
Per Abbat le escrivió en el mes de mayo
en era de mill e dozientos cuaraenta e cinco años.

    Sin embargo, el códice que nos transmite esta indicación no es de principios del siglo XIII, sino del siguiente, del XIV e incluso, puede situarse, por sus características paleográficas, es decir por el tipo de letra que utiliza, entre 1320 y 1330. En la Edad Media no era extraño en los scriptoria o talleres de copia que un códice se copiara íntegramente, así que es probable que el Códice Vivar sea una copia realizada en el siglo XIV a partir de otra que data de 1207 y fue llevada a cabo por un copista llamado Per Abbat, más de un siglo después de la muerte del Cid (1099).



            Los avatares del manuscrito han sido los de una novela de aventuras: robos, desapariciones, cheques en blanco (Historia detallada del códice de Vivar.):

    En el siglo XVI, el manuscrito estaba en el Archivo del Concejo de Vivar. Después se guardó en el convento de las clarisas (Monasterio de Ntra. Sra. del Espino) de este mismo pueblo.
             Eugenio de Llaguno y Amírola, secretario del Consejo de Estado, lo sacó de allí en 1779 para que Tomás Antonio Sánchez pudiera hacer una edición del códice. Pero cuando la terminó, el señor Llaguno decidió que era mejor quedárselo que devolverlo. El manuscrito pasó a sus herederos y de ellos, a Pascual de Gayangos. En 1863 lo compró el primer marqués de Pidal y esta familia fue su propietaria hasta que fue adquirido por la Fundación Juan March en 1960. Afortunadamente, no lo compraron para ellos, sino que el 20 de diciembre de ese mismo año lo donaron a la Biblioteca Nacional, donde, como nos dice su directora en este vídeo que adjunto, se encuentra así de bien custodiado: (https://youtu.be/A-mVh7oFYl4 )

            Acabamos esta entrada con la lectura de su entrada en Burgos y viendo cómo todos los burgaleses, atemorizados por las órdenes del rey, le cierran las puertas.


L A E N T R A DA E N BU RG O S


Mio Cid Rodrigo Díaz llegó a Burgos y allí entró

con sesenta acompañantes con sus lanzas con pendón.

Todos salían a verlos: así mujer o varón.

Toda la gente de Burgos a las ventanas salió,

con lágrimas en sus ojos, tan grande era su dolor.

Y a sus bocas asomaba solamente una razón:

—¡Dios, qué buen vasallo el Cid si tuviera un buen señor!

Y quisieran convidarlo, pero ninguno allí osaba,

pues saben que el rey Alfonso le tenía muy gran saña.

Antes del anochecer, a Burgos llegó su carta,

con los honores debidos, bien cerrada y bien sellada:

ordenaba que a Ruy Díaz nadie le diese posada,

y aquéllos que se la diesen supiesen, por su palabra,

que perderían sus bienes y los ojos de la cara,

y además hasta la vida, y los cuerpos y las almas.


Gran dolor sobrellevaban aquellas gentes cristianas,

se esconden de Mio Cid, no le osan decir nada.

Entonces el Campeador se dirigió a su posada,

y así que llegó a la puerta se la encontró bien cerrada,

por miedo del rey Alfonso, que no la quería franca;

y si no la quebrantase, no se la abrirán por nada.

Allí los de Mio Cid con voces muy altas llaman,

pero los de dentro escuchan y no responden palabra.

Aguijó el Cid su caballo, a la puerta se llegaba;

sacó el pie de la estribera y un fuerte golpe allí daba.

Nadie les abre la puerta, que persistía cerrada.

Una niña de nueve años a sus ojos se mostraba:

—¡Campeador que en buena hora habéis ceñido la espada!

El rey lo tiene prohibido, anoche llegó su carta

con los honores debidos, bien cerrada y bien sellada.

Nadie abriros osará, ni os acogerá por nada,

porque si no perderíamos nuestros bienes y las casas,

y además de todo ello, los ojos de nuestras caras.

Con nuestra desgracia, Cid, no habríais de ganar nada,

que el Creador os ayude con toda su virtud santa.

Esto la niña le dijo y se volvió hacia la casa.

Así ha comprendido el Cid que del Rey no tiene gracia.

Se retiró de la puerta, ya Burgos atravesaba;

a Santa María llega, y de la montura baja.

Hinca luego las rodillas y de corazón rogaba.

Acabada la oración, al momento cabalgaba.

Después salió por la puerta, y ya el Arlanzón pasaba.

En las afueras de Burgos, en la orilla es donde acampa.

Allí ponían la tienda, y después descabalgaba.

Mio Cid Rodrigo Díaz, que en buena hora ciñó espada,

acampó en aquella orilla pues nadie lo acogió en casa.

Junto con él van sus fieles que lo ayudan y acompañan.

El Cid así se asentó como lo haría en montaña.

Le han impedido comprar, en la ciudad castellana,

todo cuanto necesita, alimentos y viandas;

ni a venderle se atrevían lo de una sola jornada.




Comentarios

Entradas más populares de este blog

LA PRIMERA IMPRESIÓN DE UNA OBRA QUE QUITÓ A LOS PROTAGONISTAS DEL TÍTULO: LA CELESTINA