Lerma y el don Juan de clase media que inspiró el gran amor de doña Inés
Lerma y el don Juan de clase media
que inspiró el gran amor de doña Inés
En 1833 la familia de José Zorrilla, el autor de Don Juan Tenorio, fue trasladada a uno de uno de los pueblos más bellos de la provincia de Burgos, Lerma. El padre del dramaturgo fue nombrado gobernador en Burgos capital, pero conflictos internos y políticos hicieron que marchara a esta villa ducal donde el hermano de su esposa, Zoido Moral, era canónigo.
No es que residiera mucho en la Villa, el padre le mandó enseguida y sin mucho éxito, primero a Toledo y después a Valladolid, para hacer de él un “hombre de provecho” e intentar corregir el carácter soñador y díscolo de uno de los principales románticos españoles. Malos tiempos para unos padres conservadores, Zorrilla desde bien pronto bebió de todas las fuentes del romanticismo europeo y su ajetreada biografía demuestra que vivió de la manera que la moda romántica imponía. Sin embargo, cuentan que pasó temporadas en este pueblo, como así lo atestiguan sus poemas dedicados al Arlanza, el río que da nombre a la comarca:
Texto completo del poema https://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/obras-completas-poesias--0/html/fef5c88c-82b1-11df-acc7-002185ce6064_41.htm
Y que allí vivió uno de los tantos amores que le inspiraron sus poemas. En este caso, un amor de juventud con la lermeña Catalina Benito Reoyo, que finalmente le rechazó y que le inspiró estos versos:
«¡Catalina!… tú, serena,
de llanto y de amor ajena, ni oirás mi cantilena,
ni sentirás mi pasión».
Pero lo que sí que sabemos, porque así nos lo dice la biografía de Zorrilla es que su gran personaje, don Juan Tenorio, se pudo haber inspirado (aparte de en toda una tradición que había en España de este personaje) en un lermeño, amigo suyo: don Francisco Luis de Vallejo. A él le dedica esta obra y a él le define en Recuerdos del tiempo viejo (Ed. Espasa, 2012) como «uno de los calaveras de buen tono de aquella edad de calaveras, que volvieron del revés a España como un sastre la manga de una levita, a la cual hay que poner forros nuevos: un Don Juan de la clase media, que vestía con elegancia y marchaba con soltura, que podía presentarse y bravear en el salón más aristocrático; un abogado joven lleno de audacia y de talento, tan agudo de ingenio como seductor de modales». También decía de él que «era originalísimo en sus opiniones, excéntrico en sus ideas y tan picante como ameno en su conversación. Venía del corte impregnado en el espíritu de todos los gérmenes políticos, económicos, artísticos y literarios de la revolución».
Así que pudiera ser, que el gran amor de doña Inés, tuviera su fuente de inspiración en un personaje de esta noble villa.
Lerma, que bien merece una visita, dedica a este autor todo una ruta por sus calles que, si os animáis podéis encontrar en este enlace:https://www.turinea.com/es/cu/4-1798/2-un-paseo-con-jose-zorrilla-su-vida-en-lerma.html
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DON JUAN:
¡Cálmate, pues, vida mía!
Reposa aquí; y un momento
olvida de tu convento
la triste cárcel sombría.
¡Ah! ¿No es cierto, ángel de amor,
que en esta apartada orilla
más pura la luna brilla
y se respira mejor?
Esta aura que vaga, llena
de los sencillos olores
de las campesinas flores
que brota esa orilla amena;
esa agua limpia y serena
que atraviesa sin temor
la barca del pescador
que espera cantando el día,
¿no es cierto, paloma mía,
que están respirando amor?(…)
Y estas palabras que están
filtrando insensiblemente
tu corazón, ya pendiente
de los labios de don Juan,
y cuyas ideas van
inflamando en su interior
un fuego germinador
no encendido todavía,
¿no es verdad, estrella mía,
que están respirando amor?(,,,)
¡Oh! Sí. bellísima Inés,
espejo y luz de mis ojos;
escucharme sin enojos,
como lo haces, amor es:
mira aquí a tus plantas, pues,
todo el altivo rigor
de este corazón traidor
que rendirse no creía,
adorando vida mía,
la esclavitud de tu amor.
D.ª INÉS:
Callad, por Dios, ¡oh, don Juan!,
que no podré resistir
mucho tiempo sin morir,
tan nunca sentido afán.
¡Ah! Callad, por compasión,
que oyéndoos, me parece
que mi cerebro enloquece,
y se arde mi corazón.
¡Ah! Me habéis dado a beber
un filtro infernal sin duda,
que a rendiros os ayuda
la virtud de la mujer.
Tal vez poseéis, don Juan,
un misterioso amuleto,
que a vos me atrae en secreto
como irresistible imán.
Tal vez Satán puso en vos
su vista fascinadora,
su palabra seductora,
y el amor que negó a Dios.
¿Y qué he de hacer, ¡ay de mí!,
sino caer en vuestros brazos,
si el corazón en pedazos
me vais robando de aquí?
No, don Juan, en poder mío
resistirte no está ya:
yo voy a ti, como va
sorbido al mar ese río.
Tu presencia me enajena,
tus palabras me alucinan,
y tus ojos me fascinan,
y tu aliento me envenena.
¡Don Juan!, ¡don Juan!, yo lo imploro
de tu hidalga compasión
o arráncame el corazón,
o ámame, porque te adoro.
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